sábado, 11 de junio de 2011

Reseña a “Poemas a una ciudad, un insecto y una mujer”, de Eduardo Bechara Navratilova, por el poeta argentino Manuel Graña Etcheverry

“Poemas a una ciudad, un insecto y una mujer”, de Eduardo Bechara Navratilova, consta de tres componentes poemáticos, que se fusionan en el poema capital individualizado en el título. El primero de ellos, sobre la ciudad, tiene como materia a Praga; el segundo, también expreso, sobre la mantis religiosa, y el tercero sobre la mujer, cuyo nombre se omite, por innecesario.

Todos ellos, formalmente considerados, se presentan en versos libres, sin regularidad métrica y sin rimas melódicas, salvo unas pocas de mera repetición y un puñado de asonantes. Los versos por lo general son cortos: el más largo, en el canto a Praga, es el alejandrino “A veces es mejor amar que ser amado en XI, alejandrino con dos nítidos hemistiquios: a veces es mejor / amar que ser amado, cada uno heptasílabo para formar el alejandrino; y el verso más corto es el bisílabo Praga en I, II, VII, IX, XII, y XIII; también verdes y mi alma que por sinalefa se lee mialma (III) y nadie (VII); hay trisílabos y nadie; tetrasílabos te amaría (VII), pentasílabos puedo ser yo (VI); hexasílabos dejo que su imagen (VI): heptasílabos Cada vez que la veo (VI); octosílabos si fueras de carne y hueso (VII); eneasílabos para que entiendas que te amo (X); decasílabos mis versos carecen de sentido (X); endecasílabos a sabiendas de que me envolverás (X); y el alejandrino arriba citado, que medido con la suma de sus hemistiquios tiene 14 sílabas (7 + 7 = 14), pero sin ellas cuenta 13.

Hay un encabalgamiento en los dos primeros versos de X: Te escucharé en el alba con el / canto de los pájaros; en el canto a la mantis, XIII Quiero vivir bajo el delirio de / una cópula eterna, y en el canto a la mujer: El viento llora el / paso de la noche (Tercera noche), y Un alcatraz se zambulle en / picada profunda (Octava noche). El encabalgamiento es una de las libertades que han tomado los libreversistas. Yo no la apruebo, porque corta la frase natural. Los sintagmas iníciales auténticos, vale decir que permiten el breve corte de las frases, son, por su orden: Te escucharé en el alba; Quiero vivir bajo el delirio; El viento llora: y Un alcatraz se zambulle. Por oportuno, hago notar que la R.A.E. no distingue el encabalgamiento de la hipermetría, y aplica ambas denominaciones al ejemplo clásico de Fray Luis de León:

“... miserable / mente...”. Yo me permito distinguir: hipermetría es el corte vocabular, como en el ejemplo de Fray Luis, y encabalgamiento es el corte de la frase, como en los casos que he señalado. Ambos son defectuosos y deslucen el verso, porque la línea versal debe ser sintácticamente unitaria, sin más cortes que los propios de la frase gramatical.

Hay rimas por repetición: Praha / Praha XIV; en el canto a mantis, fauces / x / fauces XIII (la x indica verso intercalado). Hay también algunas rimas asonantes, pero no merece la pena considerarlas: desde el punto de vista técnico, la versificación total es inobjetable.

Hasta aquí he venido considerando las composiciones según normas clásicas de técnica formal; ahora trataré de desentrañar el contenido poético, pues el lenguaje lírico no siempre está hermanado con del lenguaje lógico.

En los tres componentes del poema total yo creo ver que tienen como integrantes etapas de la vida del poeta, y en ella se unifican. No hay separación entre ellas, pues la vida es fluyente, continuada, indivisible, y el nombre con que las señalamos son simples denominaciones: si quisiésemos dar un nombre adecuado a esas etapas y a su continuidad, tendríamos que crear el neologismo ciudadmantismujer.

El análisis permite hablar de ellas separadamente, y con ese amparo yo diría que la ciudad representa el nacimiento y la primera formación del niño; la mantis lo muestra entrado en la adolescencia, en la que le brota la perplejidad que se le produce cuando piensa en su ubicación en el universo y en su destino individual: es lo que Jean-Paul Sartre llamaría la edad de la razón, expresado por Rubén Darío en “Lo fatal”; “y no saber a dónde vamos / ni de dónde venimos”; y la tercera constituye la realización, porque el hombre realiza su integridad en la mujer, como la mujer la realiza en la maternidad. Las tres confluyen para formar una unidad poemática. Es verdad que cada uno de los tres cantos es un poema independiente, pero cuando los vemos pierden su individualidad y se diluyen en lo unitario.

La ciudad es el entorno vital. Es todo lo que rodea al individuo, en lo natural de la realidad y en lo indefinible de lo espiritual. En ella se nace y en ella se vive, se duerme, se piensa, se nutre el cuerpo y el alma, se forma, se con-forma, se relaciona, se forman amistades, se reconoce retoño de un organismo que viene desde oscuras edades, anteriores a los padres, al abuelo Karel, se adquiere el yo, la persona propia, intransferible. Ella lo rodea con el paisaje de sus edificios, de su monumentos, de sus espacios libres, de su espíritu, de aquello indefinible que hace que todos coincidan en una denominación como pertenecientes a esa ciudad y no a otra; en ella se habita, en ella está la familia, con la madre como primera figura, de la ciudad le vienen los incontables elementos que se le incorporan, se incrustan en recuerdos, se estudia, se aprende, se crea, se pregustan sabores, se juega a la orilla del río, se cruza el puente en el que en algún momento uno advierte ser otra cosa, otra persona. La ciudad se le ensancha: está en el universo. El yo ha comenzado a conocer y a sentirse parte de la naturaleza.

Y comprueba que la naturaleza es cruel, y que su crueldad es ilimitada. La naturaleza ha inventado la vida y la muerte. Su símbolo es la mantis religiosa. Erguida, con las dos patas delanteras juntas, en actitud de rezo, de agradecimiento a los espíritus que han concedido la gracia de la vida, musitando oraciones en la boca triangular. Pero no se trata de oraciones ni de agradecimientos: está preparando sus dientes, porque sus ojos han visto una presa, y las patas están listas para apresarla. Nada escapa a sus ojos, porque ella es el único ser vivo capaz de ver hacia todos lados.

El adolescente comienza entonces a comprender el proceso natural: todo ser vivo está destinado a morir, y la mantis funciona como verdugo. En ello no hay crueldad, pues ésta es tan solo una palabra inventada por el hombre para defenderse contra la idea de la muerte, que es uno de los infinitos puntos que forman el ciclo de la nutrición: un ser vivo come otro ser vivo, y luego será comido. Se alimenta y alimenta. Le fue concedido un tiempo de permanencia, y al agotársele, él desaparecerá.

El adolescente ha llegado a comprenderlo. Entiende que hay una etapa en la que se ama a la naturaleza, encarnada en la mantis, y luego vendrá la fase en la que él será devorado. En ese tramo irá sintiendo las dentelladas de la mantis, anticipadoras del tramo final, la del ser vivo que es engullido, el tránsito del ser hacia el no ser. No hacia la nada, porque desaparecido su yo vivo, pasa a formar parte de la naturaleza.

El adolescente se entrega. Amará a la mantis como se ama a una mujer, y cuando su ciclo se cumpla, él se habrá realizado en la mantis, en lo femenino, en la mujer.

La mujer es salvaje, como es salvaje el tigre. El adolescente la ve vital, ve que es la vida misma. Se la disfruta, se la goza, se la posee como se hace el amor a la mujer amada, adentrándose en ella. Ya habrá de saber que sus sonrisas nocturnas valen tanto como el gesto religioso de la mantis.

El vocablo “mujer” juega con dos direcciones. Aquí se habla de la mujer salvaje, la mujer símbolo, la personificación de la mantis. Otra es la mujer humana: por ella uno vive, se vive para ella. Sin ella la vida carece de sentido. Ella es la fuente viva de la poesía. Para ella son las palabras musicales del verso, la meta de las melodías verbales, es la bebida erótica y el recipiente, la dicha, su sabor y su dolor, es eso que llamamos la felicidad, es la belleza de la flor, los pétalos de los días, es el sentido, la razón de ser.

Ella es la que nos integra la vida. Por ella y en ella el hombre se realiza, se realiza la vida; en la mujer salvaje, la mujer mantis se realiza en la muerte. La mujer real es conjunta: vive con el hombre, son dos en uno; la mujer simbólica es individual, porque la vida es actos sucesivos y compartidos, pero la muerte es individual, indivisible, no participativa. El amor humano es para aquella; para la mujer simbólica el amor es ocasional, ocurre en momentos en que se desea morir porque pesan problemas insolubles: no habiendo solución en esta vida, no esperando una ayuda sobrenatural, la única salida es entregarse a la mantis religiosa. Para ella es la última noche.

Con la última noche se cierran los tres componentes poéticos. Cierras el libro tú, lector, y percibes que algo te está diciendo, o diciéndote: los tres enfoques, cada uno con sus pertinentes poemas, se han fusionado. Ahora son una unidad poemática, y ciudad, insecto y mujer están unificados en el poema total que es esta la obra del Poeta.

Manuel Graña Etcheverry

Deán Funes, 23 de octubre de 2010.

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