viernes, 24 de junio de 2011

Manuel Mejía - El exiliado que volvió - Por: Isabella Portilla

Artículo publicado en el periódico El Espectador, el 20 de junio de 2011.

Irónica. Agradable. Entretenida. Manuel Mejía define así su literatura. Después de una favorable crítica presenta "El parque del Retiro no es para todos", novedad editorial de Escarabajo.

Se fue a Madrid después de saber del secuestro de dos compañeros del colegio de su hija, al enterarse de la trágica muerte de un primo y al sentir el terror de las amenazas de las FARC. Partió con su familia, la que se negaba a asimilar otra cultura sin saber que su percepción de la realidad podía mutarse, transfigurarse en otra idea.

En Colombia era un abogado sin ejercicio y en España se convirtió en un marquetero de profesión. Pero ni ese bohemio oficio le convenció, por lo que ubicó un computador en su negocio y empezó a teclear las primeras letras de una novela. Una novela de 400 páginas que escribiría durante tres meses.

Manuel Mejía describe ese proceso de escritura como “un virus espantoso” que lo enfermó llevándolo hasta el borde de la obsesión. Una vez terminada la historia se recluyó solo en un apartamento deshabitado de París y como si se trataran de piedras preciosas, embelleció, precisó y cinceló sus letras.

Una vez concluido el proceso de edición, él mismo se acercó a las oficinas madrileñas de Alfaguara. Allí le dieron el visto bueno.

Pero ¿cómo hace un escritor anónimo para publicar en un país que no es el suyo y en una de las casas de libros más prestigiosas de habla hispana? ¿Cómo hace un abogado colombiano para convertirse en un escritor en exilio? Una posible respuesta es la que sale de sus labios: “En Europa gustan las temáticas que cuentan problemas latinoamericanos. Igualmente, encanta la narrativa de estas tierras: una prosa ligera, rápida y de fácil lectura en la que no escasea el humor”.

Lo cierto es que son muchos los escritores o aspirantes al oficio que mandan sus obras a una editorial sin que algún inesperado día les llegue una respuesta. Porque como el mismo Mejía reconoce: “si algo puede ofrecer un país extranjero a un escritor anónimo es ser simplemente uno más”.

Entonces, seguramente, fue la calidad literaria y no otra cosa lo que hizo que Y no volvió, la historia de un joven bogotano intelectualmente brillante que va a parar a Madrid para enlodarse con lo más selecto de la farándula española, fuera publicada con éxito a tal punto que la crítica aplaudiera la obra con frases como: “hace reír a carcajada limpia”.

Un par de años después, Mejía publicó Serpentinas tricolores, una sátira social en la que el autor aprovechó su conocimiento en ciencias políticas y apeló de nuevo a su particular humor para contar la vida de Louis Guillaume, el hijo de un abogado provinciano que estudia derecho para acatar las órdenes de su padre y termina convertido en jefe de campaña electoral de un partido liberal y progresista. Marrullerías y bribonadas del mundo político son tratadas por Mejía allí con donosura y sarcasmo.

Con Serpentinas Tricolores, publicada por la editorial La Otra Orilla, el escritor bogotano fue uno de los finalistas del Premio Herralde de Novela en 2008. Ese constituyó uno de los mejores incentivos para seguir gastando la tinta que contenía su pluma.

Entonces engendró El parque del Retiro no es para todos, una novela de exilio, de inmigración. En ella trata la historia de John Vladimir Contreras, un militar oficinista que a punto de jubilarse es despedido y se enfrenta a la más terrible certeza de su vida: no sabe hacer nada a sus cincuenta años. Así que decide cambiar su identidad e irse a España, en donde tendrá que sobrepasar los lances de un inmigrante en Europa que termina regentando un hostal de Madrid.

Colombia casi ni se menciona en esta obra, pero el lector sabrá que Mejía no podría estar hablando de otro lugar cuando ridiculiza a las esposas de militares que apoyadas en el salario de su marido agotan su existencia, o como cuando hace referencia a las filigranas del trato entre los uniformados, su jerga y su manera de actuar.

“Todo lo mío es triste”, responde Mejía cuando se le pregunta por la temática unificadora de su obra. “Me río, hago mamagallismo, pero al final todo es triste. No hay un final feliz”.

Y aunque es evidente el manejo del humor para contar las dobleces, la hipocresía y el fingimiento social, a Mejía no le interesa que lo vean como un denunciante.

“Quien denuncia hace ensayos, pero no novela. La novela es una cosa de ficción, de locura, de pendejadas. No pretendo que alguien tome consciencia de su vida con mi obra, ni deseo hacer una denuncia social con lo que escribo”.

Paradójicamente, después de haber escrito sobre el Parque del Retiro madrileño, Manuel Mejía vive en Colombia, cerca del parque El Retiro de Bogotá. Su familia ahora se siente más española que colombiana y optaron por venir a su país natal sólo de vacaciones.

De la vieja Europa extraña el transporte público, esa comodidad que le brinda la movilidad española a la lectura, la que hace que, por ejemplo, alguien lea doce o trece libros al año, cuando en Colombia, dice, la gente ni siquiera logra terminarse uno.

Ahora el escritor bogotano se dedica a enseñar literatura, a escribir en varias publicaciones del país mientras sigue tecleando su computador para dotar de vida nuevas historias, pues, como dice, su único objetivo es divertirse y conseguir que el lector pase un rato ameno mientras uno de sus libros le sirve de compañía.

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