jueves, 30 de junio de 2011

La caja de madera - Robert Fornes

Catorce relatos. Ciento veinticinco páginas. Asesinatos, venganza, adulterio, sexo, esquizofrenias paranoides e incluso niños y adultos jugando a ser Dios. Y entre todo esto, un personaje común, la Muerte. Ella elige en cada escrito la puesta en escena; te hará contener el aliento en la terminal de un aeropuerto, te perseguirá por las frías calles de Moscú, te acorralará en tus sueños más absurdos e incluso te enviará señales en forma de números* que te volverán loco. Te hará temerla, desearla, esquivarla, tentarla, querer negociar con ella, e incluso montar una fiesta en su honor. Porque el día que decida ir a por ti, no le des más vueltas: La Muerte tendrá siempre la última palabra. ¿O tal vez no?

"La caja de Madera" es un libro para disfrutar por momentos; como una caja de bombones de chocolate puro, no es necesario consumirlo de una sentada, sino disfrutar desgranando poco a poco la intensa mezcla interior de cada una de sus historias.

Mariam Felipe

Escritora

*"Números", uno de los escritos presentes en el libro, fue elegido como ganador del Concurso de Relatos OndaCero-FNAC-RandomHouse Mondadori, durante el pasado año 2010.

viernes, 24 de junio de 2011

Manuel Mejía - El exiliado que volvió - Por: Isabella Portilla

Artículo publicado en el periódico El Espectador, el 20 de junio de 2011.

Irónica. Agradable. Entretenida. Manuel Mejía define así su literatura. Después de una favorable crítica presenta "El parque del Retiro no es para todos", novedad editorial de Escarabajo.

Se fue a Madrid después de saber del secuestro de dos compañeros del colegio de su hija, al enterarse de la trágica muerte de un primo y al sentir el terror de las amenazas de las FARC. Partió con su familia, la que se negaba a asimilar otra cultura sin saber que su percepción de la realidad podía mutarse, transfigurarse en otra idea.

En Colombia era un abogado sin ejercicio y en España se convirtió en un marquetero de profesión. Pero ni ese bohemio oficio le convenció, por lo que ubicó un computador en su negocio y empezó a teclear las primeras letras de una novela. Una novela de 400 páginas que escribiría durante tres meses.

Manuel Mejía describe ese proceso de escritura como “un virus espantoso” que lo enfermó llevándolo hasta el borde de la obsesión. Una vez terminada la historia se recluyó solo en un apartamento deshabitado de París y como si se trataran de piedras preciosas, embelleció, precisó y cinceló sus letras.

Una vez concluido el proceso de edición, él mismo se acercó a las oficinas madrileñas de Alfaguara. Allí le dieron el visto bueno.

Pero ¿cómo hace un escritor anónimo para publicar en un país que no es el suyo y en una de las casas de libros más prestigiosas de habla hispana? ¿Cómo hace un abogado colombiano para convertirse en un escritor en exilio? Una posible respuesta es la que sale de sus labios: “En Europa gustan las temáticas que cuentan problemas latinoamericanos. Igualmente, encanta la narrativa de estas tierras: una prosa ligera, rápida y de fácil lectura en la que no escasea el humor”.

Lo cierto es que son muchos los escritores o aspirantes al oficio que mandan sus obras a una editorial sin que algún inesperado día les llegue una respuesta. Porque como el mismo Mejía reconoce: “si algo puede ofrecer un país extranjero a un escritor anónimo es ser simplemente uno más”.

Entonces, seguramente, fue la calidad literaria y no otra cosa lo que hizo que Y no volvió, la historia de un joven bogotano intelectualmente brillante que va a parar a Madrid para enlodarse con lo más selecto de la farándula española, fuera publicada con éxito a tal punto que la crítica aplaudiera la obra con frases como: “hace reír a carcajada limpia”.

Un par de años después, Mejía publicó Serpentinas tricolores, una sátira social en la que el autor aprovechó su conocimiento en ciencias políticas y apeló de nuevo a su particular humor para contar la vida de Louis Guillaume, el hijo de un abogado provinciano que estudia derecho para acatar las órdenes de su padre y termina convertido en jefe de campaña electoral de un partido liberal y progresista. Marrullerías y bribonadas del mundo político son tratadas por Mejía allí con donosura y sarcasmo.

Con Serpentinas Tricolores, publicada por la editorial La Otra Orilla, el escritor bogotano fue uno de los finalistas del Premio Herralde de Novela en 2008. Ese constituyó uno de los mejores incentivos para seguir gastando la tinta que contenía su pluma.

Entonces engendró El parque del Retiro no es para todos, una novela de exilio, de inmigración. En ella trata la historia de John Vladimir Contreras, un militar oficinista que a punto de jubilarse es despedido y se enfrenta a la más terrible certeza de su vida: no sabe hacer nada a sus cincuenta años. Así que decide cambiar su identidad e irse a España, en donde tendrá que sobrepasar los lances de un inmigrante en Europa que termina regentando un hostal de Madrid.

Colombia casi ni se menciona en esta obra, pero el lector sabrá que Mejía no podría estar hablando de otro lugar cuando ridiculiza a las esposas de militares que apoyadas en el salario de su marido agotan su existencia, o como cuando hace referencia a las filigranas del trato entre los uniformados, su jerga y su manera de actuar.

“Todo lo mío es triste”, responde Mejía cuando se le pregunta por la temática unificadora de su obra. “Me río, hago mamagallismo, pero al final todo es triste. No hay un final feliz”.

Y aunque es evidente el manejo del humor para contar las dobleces, la hipocresía y el fingimiento social, a Mejía no le interesa que lo vean como un denunciante.

“Quien denuncia hace ensayos, pero no novela. La novela es una cosa de ficción, de locura, de pendejadas. No pretendo que alguien tome consciencia de su vida con mi obra, ni deseo hacer una denuncia social con lo que escribo”.

Paradójicamente, después de haber escrito sobre el Parque del Retiro madrileño, Manuel Mejía vive en Colombia, cerca del parque El Retiro de Bogotá. Su familia ahora se siente más española que colombiana y optaron por venir a su país natal sólo de vacaciones.

De la vieja Europa extraña el transporte público, esa comodidad que le brinda la movilidad española a la lectura, la que hace que, por ejemplo, alguien lea doce o trece libros al año, cuando en Colombia, dice, la gente ni siquiera logra terminarse uno.

Ahora el escritor bogotano se dedica a enseñar literatura, a escribir en varias publicaciones del país mientras sigue tecleando su computador para dotar de vida nuevas historias, pues, como dice, su único objetivo es divertirse y conseguir que el lector pase un rato ameno mientras uno de sus libros le sirve de compañía.

sábado, 11 de junio de 2011

Reseña a “Poemas a una ciudad, un insecto y una mujer”, de Eduardo Bechara Navratilova, por el poeta argentino Manuel Graña Etcheverry

“Poemas a una ciudad, un insecto y una mujer”, de Eduardo Bechara Navratilova, consta de tres componentes poemáticos, que se fusionan en el poema capital individualizado en el título. El primero de ellos, sobre la ciudad, tiene como materia a Praga; el segundo, también expreso, sobre la mantis religiosa, y el tercero sobre la mujer, cuyo nombre se omite, por innecesario.

Todos ellos, formalmente considerados, se presentan en versos libres, sin regularidad métrica y sin rimas melódicas, salvo unas pocas de mera repetición y un puñado de asonantes. Los versos por lo general son cortos: el más largo, en el canto a Praga, es el alejandrino “A veces es mejor amar que ser amado en XI, alejandrino con dos nítidos hemistiquios: a veces es mejor / amar que ser amado, cada uno heptasílabo para formar el alejandrino; y el verso más corto es el bisílabo Praga en I, II, VII, IX, XII, y XIII; también verdes y mi alma que por sinalefa se lee mialma (III) y nadie (VII); hay trisílabos y nadie; tetrasílabos te amaría (VII), pentasílabos puedo ser yo (VI); hexasílabos dejo que su imagen (VI): heptasílabos Cada vez que la veo (VI); octosílabos si fueras de carne y hueso (VII); eneasílabos para que entiendas que te amo (X); decasílabos mis versos carecen de sentido (X); endecasílabos a sabiendas de que me envolverás (X); y el alejandrino arriba citado, que medido con la suma de sus hemistiquios tiene 14 sílabas (7 + 7 = 14), pero sin ellas cuenta 13.

Hay un encabalgamiento en los dos primeros versos de X: Te escucharé en el alba con el / canto de los pájaros; en el canto a la mantis, XIII Quiero vivir bajo el delirio de / una cópula eterna, y en el canto a la mujer: El viento llora el / paso de la noche (Tercera noche), y Un alcatraz se zambulle en / picada profunda (Octava noche). El encabalgamiento es una de las libertades que han tomado los libreversistas. Yo no la apruebo, porque corta la frase natural. Los sintagmas iníciales auténticos, vale decir que permiten el breve corte de las frases, son, por su orden: Te escucharé en el alba; Quiero vivir bajo el delirio; El viento llora: y Un alcatraz se zambulle. Por oportuno, hago notar que la R.A.E. no distingue el encabalgamiento de la hipermetría, y aplica ambas denominaciones al ejemplo clásico de Fray Luis de León:

“... miserable / mente...”. Yo me permito distinguir: hipermetría es el corte vocabular, como en el ejemplo de Fray Luis, y encabalgamiento es el corte de la frase, como en los casos que he señalado. Ambos son defectuosos y deslucen el verso, porque la línea versal debe ser sintácticamente unitaria, sin más cortes que los propios de la frase gramatical.

Hay rimas por repetición: Praha / Praha XIV; en el canto a mantis, fauces / x / fauces XIII (la x indica verso intercalado). Hay también algunas rimas asonantes, pero no merece la pena considerarlas: desde el punto de vista técnico, la versificación total es inobjetable.

Hasta aquí he venido considerando las composiciones según normas clásicas de técnica formal; ahora trataré de desentrañar el contenido poético, pues el lenguaje lírico no siempre está hermanado con del lenguaje lógico.

En los tres componentes del poema total yo creo ver que tienen como integrantes etapas de la vida del poeta, y en ella se unifican. No hay separación entre ellas, pues la vida es fluyente, continuada, indivisible, y el nombre con que las señalamos son simples denominaciones: si quisiésemos dar un nombre adecuado a esas etapas y a su continuidad, tendríamos que crear el neologismo ciudadmantismujer.

El análisis permite hablar de ellas separadamente, y con ese amparo yo diría que la ciudad representa el nacimiento y la primera formación del niño; la mantis lo muestra entrado en la adolescencia, en la que le brota la perplejidad que se le produce cuando piensa en su ubicación en el universo y en su destino individual: es lo que Jean-Paul Sartre llamaría la edad de la razón, expresado por Rubén Darío en “Lo fatal”; “y no saber a dónde vamos / ni de dónde venimos”; y la tercera constituye la realización, porque el hombre realiza su integridad en la mujer, como la mujer la realiza en la maternidad. Las tres confluyen para formar una unidad poemática. Es verdad que cada uno de los tres cantos es un poema independiente, pero cuando los vemos pierden su individualidad y se diluyen en lo unitario.

La ciudad es el entorno vital. Es todo lo que rodea al individuo, en lo natural de la realidad y en lo indefinible de lo espiritual. En ella se nace y en ella se vive, se duerme, se piensa, se nutre el cuerpo y el alma, se forma, se con-forma, se relaciona, se forman amistades, se reconoce retoño de un organismo que viene desde oscuras edades, anteriores a los padres, al abuelo Karel, se adquiere el yo, la persona propia, intransferible. Ella lo rodea con el paisaje de sus edificios, de su monumentos, de sus espacios libres, de su espíritu, de aquello indefinible que hace que todos coincidan en una denominación como pertenecientes a esa ciudad y no a otra; en ella se habita, en ella está la familia, con la madre como primera figura, de la ciudad le vienen los incontables elementos que se le incorporan, se incrustan en recuerdos, se estudia, se aprende, se crea, se pregustan sabores, se juega a la orilla del río, se cruza el puente en el que en algún momento uno advierte ser otra cosa, otra persona. La ciudad se le ensancha: está en el universo. El yo ha comenzado a conocer y a sentirse parte de la naturaleza.

Y comprueba que la naturaleza es cruel, y que su crueldad es ilimitada. La naturaleza ha inventado la vida y la muerte. Su símbolo es la mantis religiosa. Erguida, con las dos patas delanteras juntas, en actitud de rezo, de agradecimiento a los espíritus que han concedido la gracia de la vida, musitando oraciones en la boca triangular. Pero no se trata de oraciones ni de agradecimientos: está preparando sus dientes, porque sus ojos han visto una presa, y las patas están listas para apresarla. Nada escapa a sus ojos, porque ella es el único ser vivo capaz de ver hacia todos lados.

El adolescente comienza entonces a comprender el proceso natural: todo ser vivo está destinado a morir, y la mantis funciona como verdugo. En ello no hay crueldad, pues ésta es tan solo una palabra inventada por el hombre para defenderse contra la idea de la muerte, que es uno de los infinitos puntos que forman el ciclo de la nutrición: un ser vivo come otro ser vivo, y luego será comido. Se alimenta y alimenta. Le fue concedido un tiempo de permanencia, y al agotársele, él desaparecerá.

El adolescente ha llegado a comprenderlo. Entiende que hay una etapa en la que se ama a la naturaleza, encarnada en la mantis, y luego vendrá la fase en la que él será devorado. En ese tramo irá sintiendo las dentelladas de la mantis, anticipadoras del tramo final, la del ser vivo que es engullido, el tránsito del ser hacia el no ser. No hacia la nada, porque desaparecido su yo vivo, pasa a formar parte de la naturaleza.

El adolescente se entrega. Amará a la mantis como se ama a una mujer, y cuando su ciclo se cumpla, él se habrá realizado en la mantis, en lo femenino, en la mujer.

La mujer es salvaje, como es salvaje el tigre. El adolescente la ve vital, ve que es la vida misma. Se la disfruta, se la goza, se la posee como se hace el amor a la mujer amada, adentrándose en ella. Ya habrá de saber que sus sonrisas nocturnas valen tanto como el gesto religioso de la mantis.

El vocablo “mujer” juega con dos direcciones. Aquí se habla de la mujer salvaje, la mujer símbolo, la personificación de la mantis. Otra es la mujer humana: por ella uno vive, se vive para ella. Sin ella la vida carece de sentido. Ella es la fuente viva de la poesía. Para ella son las palabras musicales del verso, la meta de las melodías verbales, es la bebida erótica y el recipiente, la dicha, su sabor y su dolor, es eso que llamamos la felicidad, es la belleza de la flor, los pétalos de los días, es el sentido, la razón de ser.

Ella es la que nos integra la vida. Por ella y en ella el hombre se realiza, se realiza la vida; en la mujer salvaje, la mujer mantis se realiza en la muerte. La mujer real es conjunta: vive con el hombre, son dos en uno; la mujer simbólica es individual, porque la vida es actos sucesivos y compartidos, pero la muerte es individual, indivisible, no participativa. El amor humano es para aquella; para la mujer simbólica el amor es ocasional, ocurre en momentos en que se desea morir porque pesan problemas insolubles: no habiendo solución en esta vida, no esperando una ayuda sobrenatural, la única salida es entregarse a la mantis religiosa. Para ella es la última noche.

Con la última noche se cierran los tres componentes poéticos. Cierras el libro tú, lector, y percibes que algo te está diciendo, o diciéndote: los tres enfoques, cada uno con sus pertinentes poemas, se han fusionado. Ahora son una unidad poemática, y ciudad, insecto y mujer están unificados en el poema total que es esta la obra del Poeta.

Manuel Graña Etcheverry

Deán Funes, 23 de octubre de 2010.